TAL DÍA COMO HOY

TAL DÍA COMO HOY

Hace treinta y ocho años, un día como hoy, a eso de las seis de la tarde, al mismo tiempo que el coronel Tejero entraba en el Congreso de los Diputados y secuestraba a todos los Diputados a la espera de que llegara una autoridad competente, “militar, por supuesto”, yo impartía clase de literatura a un grupo de alumnos del bachillerato nocturno del Colegio Lourdes del barrio del Batán de Madrid. Nunca olvidaré que casi al final de la clase, el señor Ruiz, el conserje, (personaje entrañable que quise que apareciera en mi primera novela “Dime que no es verdad”) llamó a la puerta y me pidió permiso para que saliera uno de mis alumnos, “lo llaman por teléfono”, dijo. Por supuesto le di permiso para ausentarse. Al rato regresó, entró en el aula diciendo que había un golpe de Estado y que se iba a su casa. Cogió su cazadora de la percha y salió a toda prisa. Yo sabía que sus padres eran sordomudos y deduje que quizá necesitaran de la presencia del hijo. Faltaban pocos minutos para que la clase terminara por lo que decidí continuar. Desde el día anterior, aniversario de la muerte de Antonio Machado, veníamos realizando en clase diversas actividades en su recuerdo y homenaje. Cuando sonó el timbre indicando el final de la clase, salí al pasillo, seguido de alguno de mis alumnos que, tan intrigados como yo, deseaban conocer lo que sucedía realmente.

Inmediatamente me encontré con una señora de la limpieza que me dijo todo compungida, “¡ay, don José! (en aquella época ser un profesor joven no era óbice para que te trataran con respeto) han matado a Calvo Sotelo, estamos otra vez como en el treinta y seis”.

¡Qué casualidad, pensé: la historia se repite!

Yo no sabía bien lo que había sucedido aún, solo eran dos frases las que me habían llegado: “ha habido un golpe de Estado” y “han matado a Calvo Sotelo”. Así que me dirigí hacia el despacho del Director a sabiendas de que no estaba. Me encontré con la jefe de Estudios y ella fue la que me puso al corriente de lo que sucedía: “un coronel de la guardia civil ha entrado en el Congreso de los Diputados, ha habido disparos y no se sabe bien qué es lo que ha sucedido. Puede que haya habido algún muerto. Ahí fue cuando entendí la frase de la señora de la limpieza referente a la muerte de Calvo Sotelo. “¿Qué hacemos?”, me preguntó. Yo de inmediato le respondí: “tú haz lo que quieras, yo me marcho a casa”. “¿Cierro entonces el colegio?” “Tú eres la jefe de estudios, yo me voy a casa”, repetí.

No sé si por mi determinación o porque en el fondo todos estábamos muy asustados y preocupados con lo que podía suceder, recogimos nuestras cosas y nos marchamos.

A alguno de los alumnos a los que impartía clase solía acercarlos a sus casas dado que las clases finalizaban a las diez de la noche. Y en aquel entonces, la noche madrileña no era como para pasearse a luz de las estrellas, suponiendo que brillaran, (cosa harto difícil con la polución) pues era peligroso. Ya en el coche, recuerdo que un alumno me preguntó: “ ¿Y qué puede pasar si triunfa el golpe de Estado?” Bajábamos en ese momento por el Paseo de Extremadura y supongo que pensé qué responder. Después de unos instantes, le dije: “pues que la clase que hemos dedicado a Antonio Machado ayer y hoy, posiblemente nunca más podamos hacerlo porque no formará parte del programa oficial de la asignatura. Volverá a estar prohibido como antaño. Y hasta es posible que yo y otros cuantos profesores del colegio no podamos seguir dando clase”.

Aparqué a la puerta de la casa de uno de mis alumnos para que se bajaran pero antes de que lo hiciera les dije: “Pero no debéis preocuparos porque siempre habrá algún profesor que os leerá sus poemas, así como los de Miguel Hernández o Federico García Lorca y tantos otros. Mirad, cuando yo tenía doce años, estos poetas estaban prohibidos, como ya os he dicho, lo que no significaba que no estuvieran presentes en el alma de muchos españoles. Estando en clase de ciencias naturales, una tarde oscura y lluviosa de la Galicia de entonces, el profesor, (recuerdo perfectamente su nombre, don Isidro Lozano) en vez de hablarnos de los protozoos o de los lepidópteros nos leyó unos versos de Machado. Yo no había oído hablar de él y posiblemente de ningún poeta prohibido. Pero aquella tarde, con solo escucharle, aprendí de memoria los versos de “Caminante no hay camino…” Me impactaron de tal manera aquellos pocos versos que es posible que hoy sea profesor de literatura gracias a esos versos y a ese profesor”.

Eran tres los alumnos que me acompañaban en el coche y ninguno se decidía a salir. Estábamos en silencio, yo esperando a que bajaran del coche y ellos supongo que quizá pensando en lo que les acababa de decir porque uno de ellos me preguntó: “¿Para ti vivir en democracia es muy importante?” No é si tardé o no en responder pero sí recuerdo que le dije: “los que hemos vivido bajo una dictadura apreciamos sobremanera lo que significa vivir sin miedo y en libertad”.

Hoy, muchos años después, me pregunto a veces si vivimos sin miedo y en libertad. Y la verdad no estoy seguro de qué responderme.