QUIERO VOLVER A LA CÁRCEL
Es de noche y hace frío. Lleva una semana en libertad, durmiendo en la calle y se siente solo y despistado. Ha conocido a un mendigo y agradece su compañía. Como él, tampoco tiene dónde cobijarse. Le ha conocido hace dos días. Le pidió un cigarrillo y se lo dio sin más. Fue él quien sin que le preguntara le contó que acababa de salir de la cárcel. “A mí no me importa, es tu problema. No tienes por qué contarme nada si no quieres”.
Pero él tenía necesidad de desahogarse con alguien y le contó que había pasado 27 años preso y que había conocido treinta cárceles pues cada poco tiempo le cambiaban de penal por conflictivo. “Es una manera de castigarte, así no logras una estabilidad emocional. Ni haces amistades ni sientes como propio ningún lugar”.
Había ingresado por cometer un delito de sangre, aunque ya casi no se acordaba de cuál había sido el verdadero motivo por el que había matado.
Siempre había estado recluido en los módulos donde se encuentran los delincuentes más peligros. Eso le había obligado a aprender a defenderse. Eran muchas las cicatrices que atestiguaban lo que decía. Le habían rajado pero él también lo había hecho porque “los tengo bien puestos, ¿me entiendes?”
“Tenía veinticinco años cuando entré en prisión, ahora tengo cincuenta y dos. He sido muy rebelde, ¿sabes? He hecho huelga de hambre y hasta de silencio. Una vez estuve casi dos años sin hablar ni una palabra. Los funcionarios me querían obligar a que hablara pero yo me mantuve en mis trece y no abrí la boca. Pero nunca he tomado drogas. A mí me gusta mucho el deporte. Yo hacía mucho deporte en la cárcel, era lo que me mantenía en forma por si tenía que defenderme.
Los funcionarios no son todos buenos. Algunos abusan de su poder, por eso yo me comportaba así. Me he sentido terriblemente solo en la cárcel. Mi madre era la única que iba a verme de vez en cuando. Pero desde que murió, hace ya varios años, nadie de mi familia me ha visitado nunca: ni mis hermanos, ni nadie”.
Ha callado un momento y su compañero ha permanecido también en silencio. Están sentados, la espalda contra la pared del pilar del puente donde se han cobijado y bajo el que piensan dormir esta noche. Han cogido unos cartones para cubrirse y protegerse del frío que hace.
Están mirando el cauce del pequeño río que tienen a sus pies. Él enciende un cigarrillo y le dice al compañero: “no entiendo esta sociedad. No me gusta cómo funciona, siento que no estoy preparado para pertenecer a ella. No hay solidaridad ninguna. ¿Qué vamos a hacer? ¿De qué manera voy a ganarme la vida, si me he hecho un hombre en la cárcel?”
El compañero no le contesta pues no tiene respuestas que ofrecer a tanta pregunta.
Él continúa hablando: “¿Sabes una cosa? Yo quiero volver a prisión. Allí me siento bien a pesar de todo. Creo que nunca encontraré un lugar apropiado para mí en esta sociedad”.
El compañero ahora le pregunta: ¿piensas volver a delinquir para regresar al talego?
No contesta pues no quiere volver a mancharse las manos de sangre pero no soporta tener que vivir entre sus semejantes a los que no reconoce como tal.
(Esto no es literatura. Es un caso real, con algún pequeño retoque. Basado en las declaraciones hechas por el interesado.)