AUF WIEDERSEHEN, MANOLO
En mi época de estudiante universitario en Salamanca tuve la suerte de conocer y de vivir durante varios años con Manolo. Le apodábamos “el cura” porque estudiaba Teología. Aunque nunca llegó a cantar misa pues el obispo de su diócesis (Astorga, ya que él era leonés) le “aconsejó” que lo pensara mejor porque le notaba un tanto desviado del recto camino, que era un poco “rojo”. Y es que no solo transmitía la enseñanza de la Biblia a los obreros con los que compartía vivencias, también les hablaba de otras cosas que al señor obispo no le debía de gustar.
Manolo le hizo caso y como no solo estudiaba Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, siguió con los estudios de Geografía e Historia en la Universidad Pública.
De origen muy humilde, debía trabajar (como otros muchos estudiantes de la época habría que decir) para poder hacer frente a los gastos que los estudios y el sustento de cada día requerían.
Por eso, cada junio, al finalizar el último examen, tomaba el tren y se marchaba a Alemania a trabajar.
Uno de estos veranos conoció a una mujer de la que se enamoró, con la que algún tiempo después se casó (hizo bien el señor obispo en no dejarle tomar los hábitos) y con la que ha convivido hasta ayer precisamente en que la enfermedad que padecía desde hacía tiempo le dio descanso definitivo.
Llevábamos mucho tiempo sin vernos pero eso no ha sido óbice para recordarlo y tenerlo presente en mi memoria.
Vivimos juntos casi cinco años; hasta que finalizamos nuestros estudios y él se marchó a Alemania definitivamente y yo a Madrid a dar clase.
Hoy siento pena porque ya no le podré volver a ver. Ni podré darle las gracias por haber sido para mí como un hermano mayor, al que podía acudir cuando lo necesitaba. Seguramente él me sonreiría socarronamente y le quitaría importancia. Pero le recordaría que me enseñó a lavar y a planchar las camisas, así como a cocinar lo suficiente para comer en casa en vez de en el comedor universitario y ahorrarnos así unas pesetas. Que me descubrió novelistas de los que yo no había oído hablar y me prestó libros que yo no podía comprar, que me introdujo en el disfrute de la música clásica (y otra no tan clásica), cada vez que hacía sonar aquel magnetofón que con tanto orgullo nos mostraba y que había comprado en Alemania el último verano, que me dio tantos buenos consejos cada vez que me llamaba y me invitaba a tomar un vinito en su habitación… En fin, son muchas lals cosas que aprendí de él. Aunque lo que más le agradezco es la enseñanza más valiosa que me transmitió. Un día de estos en que estábamos charlando me dijo: “nunca te avergüences de ser pobre. Ten presente que con esfuerzo y tesón algún día alcanzarás la meta que te has fijado”.
Tenías razón, amigo. Los dos lo conseguimos.
Gracias y Auf Wiedersehen, Manolo. Descansa en paz.