LA NAVIDAD Y EL MENDIGO

LA NAVIDAD Y EL MENDIGO

Es poco más que una sombra escondida en medio dela noche y protegido por los árboles del parque. Se ha sentado en un banco. ¡Es nochebuena! La noche más triste del año, piensa él. Parece que espera aunque ni él mismo sabe qué ni a quién. Hace tiempo que perdió la esperanza. Como decía el poeta: “Nada tengo, nada quiero, nada busco, nada espero. ¡Nada!”.

Mira al frente y ve que la luz brilla en todas las casas, donde se supone que reina la alegría. A través de los cristales de una ventana un niño mira la calle, por la que apenas si pasa nadie. Su imagen le recuerda que hubo una época en que él también celebraba la nochebuena con sus hijos. Incluso le gustaba ayudar a su mujer a preparar la cena de nochebuena.
Ahora coge su cabeza con las manos y mira al suelo. Ve a su jefe despidiéndole y entregándole el finiquito. Entra en casa y no se atreve a decírselo a su mujer. Pero un día no tuvo más remedio que contarle la verdad. Comenzó a buscar trabajo pero no encontraba. Pasaban los días, las semanas, luego los meses y el dinero comenzó a escasear. Una mañana su mujer le llamó vago porque no era capaz de encontrar trabajo. Pero le dolían los pies de andar de un lado para otro sin que nunca nadie le diera ni siquiera la esperanza de que un día podían necesitarlo.
Al año de estar parado, su esposa le pidió el divorcio y se tuvo que marchar de casa. Cogió las cosas que consideró más necesarias y salió a la calle.
Es una impresión difícil de explicar pero verte en la calle a plena luz del día (aquel día lucía un sol espléndido) con una mochila en la que llevas todas tus pertenencias, sabiendo que no vas a volver a casa y que el cielo raso es a partir de ahora tu hogar, deja en tu alma un vacío tan difícil de llenar que ni la acogida de otros mendigos como tú puede mitigar.
Esta noche está solo porque sus colegas han preferido ir a cenar al albergue. Allí les dan sopa caliente, algo de carne y hasta un poco de turrón. Él prefiere la compañía de la soledad. No sabe explicarlo pero se siente mejor solo en medio del parque que rodeado de gente en el albergue. No tiene nada que compartir salvo una tristeza inmensa y no cree que nadie necesite una dosis de ella, ya tienen bastante con la suya.
Ha pasado el día vagando de aquí para allá, observando a la gente que va y viene con bolsas con comida, bebida o ropa y regalos. Alguno se ha compadecido de él y le ha tirado una moneda. Es terrible la sensación de desamparo y de soledad que inunda su ánimo cuando ve caer la moneda sobre la gorra que ha colocado en el suelo de la calle. Su existencia toda depende de esa moneda. A veces piensa que el día en que dejen de echarle la moneda con la que comprar algo que llevarse a la boca, tendrá que lanzarse al vacío o tumbarse bajo el cielo raso una bonita noche estrellada.
Mira la mochila y se alegra de tener un bocadillo de jamón serrano y una manzana que le ha dado una buena señora en un supermercado. Con las monedas que le han lanzado hoy ha comprado una cerveza mahou. Presiente que va a ser una bonita nochebuena. Alguien ha abierto la ventana y a sus oídos llega la música y las voces de niños que cantan un villancico. “Noche de paz, noche de amor…”
Aunque no es un consuelo, sabe que más de uno de los habitantes de aquellos hogares en que parece que reina la felicidad, se siente tan terriblemente solo como él.
Quita el papel con el que había envuelto el bocadillo y muerde con saña y rabia, mientras las lágrimas riegan el suelo sobre el que tiene posados sus pies y maldice la hora en que vino a este mundo tan inhóspito, cruel y tenebroso.