(Recupero este relato que pertenecía al blog anterior)
11 de enero de 2014
El lápiz de Dios
Anoche no podía dormir. Por culpa del catarro que me acompaña en estos días, respiraba con mucha dificultad. Para soportar mejor el insomnio, encendí la radio, me coloqué el auricular en el oído y me puse a buscar alguna emisora que me entretuviera durante las horas que sabía que iba a estar despierto.
Encontré emisoras que seguían hablando de deportes (pero ya había estado escuchando antes todos los chismes, entresijos y dimes y diretes del gran partido del fin de semana, la posible alineación del equipo contrario, la del de casa, las declaraciones de las figuras respectivas, del alcance de la lesión de tal jugador que era una lástima que no pudiera “ser de la partida” (odio esta expresión con toda mi alma), con lo bien que venía jugando……
Seguí moviendo el dial y, después de escuchar alguna que otra canción que tampoco me resultaron tan sugestivas como para quedarme aparcado en la emisora que las enviaba, el movimiento de mi mano a oscuras y a tientas (y a locas, que diría alguien) se paró porque oía a personas que hablaban de un modo un tanto extraño para mí. El tono era suave, el lenguaje delicado, lleno de metáforas y otras figuras literarias; pero más extraño aún si cabe por la hora, (eran las cuatro de la madrugada aproximadamente), me resultó el hecho de que se tratara de una entrevista que una periodista un tanto peculiar realizaba a varios integrantes de una familia.
Las palabras que salían de la boca de aquellas personas eran tan poco usuales en la radio como: “señor, fe, espíritu santo, iglesia, familia, padre, abuela, hijo,…”
En seguida me di cuenta de que estaban narrando entre varios miembros de la familia cómo uno de los hermanos o hijo o nieto (depende respecto de quién), que había confesado a su abuela en una ocasión que no iba a misa con el resto de la familia porque no tenía fe, ante el enfado de esta, no había tenido más remedio que asistir. Y que así fue como recobró la fe, gracias a las oraciones de la abuela y a la intercesión del Espíritu Santo. Y aquí fue cuando me sonreí, piadosamente, eso sí, el momento así lo exigía, porque la abuela utilizó una metáfora para referirse al ser humano muy bonita, desde luego, cual es equipararlo con un LÁPIZ con el que Dios va escribiendo la vida de cada uno («recto con renglones torcidos», añado yo). La entrevistadora, que supongo que debía de ser una monjita, queriendo seguir con el lenguaje metafórico de la abuela, no se le ocurre otra cosa que decir “QUE HAY QUE DEJARSE AFILAR EL LÁPIZ, COMO HABÍA HECHO EL NIETO, PORQUE HAY PERSONAS QUE NO SE DEJAN AFILAR”.
En fin, oír algo tan hilarante como esto, a las cuatro de la madrugada, entre las sábanas, a oscuras y sin poder ponerte a gritar, es casi un sacrificio mayor que no poder decirle a la suegra lo mal que le ha salido la paella esta vez. Abandoné emisora tan piadosa y literaria y moví el dial en busca de otra donde utilizaran un lenguaje más coloquial.
Y es que no todas las metáforas son válidas y apropiadas para cualquier tiempo y lugar.