IN MEMORIAM (A MI AMIGO GABI)

IN MEMORIAM”
Hoy me he enterado de que mi compañero de trabajo y amigo ,“Gabi”, lleva muerto algún tiempo. Me he disgustado más de lo que preveía.
A veces me gusta decir, porque es cierto además, que donde adquirí las herramientas que luego me han servido para ejercer mi profesión con eficacia pero sobre todo con dignidad, no fue en la universidad sino en el mundo de la hostelería.
Y no solo por que el contacto con los clientes, alguno de ellos insigne, me impregnara de sabiduría (nada como escuchar las conversaciones de algunas personas para aprender), sino también por lo que enseñó alguno de los  compañeros con los que trabajé.
De todos ellos el más importante para mí fue “Gabi”, el «maître» del restaurante al que llegué allá por el año 1972.
Yo lo llamaba el “Paul Newman” palentino, a pesar de que se peinara al estilo Elvis. Era rubio, alto y guapo, de ojos claros, mirada viva y sonrisa picarona, que denotaba lo inteligente además de buena persona que era. He presenciado cómo más de una mujer trituraba literalmente con la vista a aquel joven elegante, vestido de esmoquin, que les tomaba la comanda. Había noches que el teléfono sonaba varias veces, y no para reservar mesa, precisamente. Cuando descolgabas, siempre era una voz femenina la que decía: “¿está Gabi?” Más de una mujer palentina podría dar fe de que lo que digo es verdad.
Estaba muy preparado para ejercer su profesión: era de los pocos “maîtres” de la ciudad que hablaba francés e inglés con corrección. Era exquisito en el trato con todo el mundo, no solo con los comensales. Lo primero que me llamó la atención fue que se dirigiera a los trabajadores de usted y jamás con una voz más alta que otra. Si tenía que corregirte, lo hacía las más de las veces sonriendo, con lo que quitaba importancia al error cometido.
También era muy generoso. Cuando, pasado el tiempo, la confianza que primero había presidido nuestra relación se cambió en amistad, salíamos a tomar una copa, decía que le gustaba ir conmigo porque aprendía cosas que con otros no podía lograr, jamás me dejaba pagar a mí. “Cuando acabes la carrera, ya me invitarás”, decía. Y el caso es que quien aprendía en su compañía era yo.
En esas salidas era cuando nos desvelábamos alguno de nuestros secretos. Así fue como yo supe que su mujer había muerto en un accidente de coche “por mi culpa, decía, pues la tomé en brazos al verla en el suelo ya que había salido despedida. Pero cómo iba a imaginar que la estaba matando en ese preciso instante”. Y callaba mientras las lágrimas mojaban su rostro que ocultaba parcialmente de la vista de los otros acompañantes de barra, acercando el vaso de güisqui con coca-cola a la boca, aunque no podía beber y debía esperar un instante hasta recobrar la serenidad perdida.
“A las pocas horas murió. Se fue de este mundo dejándome solo con tres niños: uno de casi tres años, y dos mellizos de unos pocos meses. “¡Qué perra vida!” Siempre terminaba de la misma forma el episodio de la muerte de su esposa.
En otras ocasiones era yo quien le contaba mi vida, que también era un poco perra, por entonces. Con el tiempo, la afinidad en la desgracia fue haciendo que nos uniéramos en el sentimiento y la amistad creciera hasta el punto de que años después, cuando ya había terminado la carrera, me invitara a la comunión de los dos mellizos.
Pero así como estaba muy preparado para desempeñar el cargo de ”maître” de restaurante, era un perfecto desastre en lo tocante al vivir de cada día. Y así fue como se dejó llevar por un remolino en forma de mujer que le hizo perder el norte.
La última vez que lo vi fue el día en que fui a comer al restaurante que había montado con otro compañero. Me confesó que las cosas iban muy mal y que tendría que cerrar. Al poco tiempo volví y el negocio había cambiado de dueño. Me dijeron que mi amigo se había ido a La Coruña.
Hoy, y no sé por qué hoy y no hace meses o años, incluso, he preguntado por ti y me han dicho que te has ido pero esta vez para siempre.
¡Adiós, amigo. No tengo ningún güisqui con coca-cola entre las manos como entonces pero las lágrimas anegan mis ojos como aquellas noches en que nos consolábamos mutuamente, al mismo tiempo que nos emborrachábamos para así olvidar:
¡¡¡¡¡¡¡Qué perra es la vida!!!!!!