¿RESPETO O ADMIRACIÓN?
Un día le pregunta el niño al abuelo pues tiene que responder a unas cuestiones de lengua española:
– Abuelo ¿qué es mejor respetar o admirar?
– Mira, te responderé con una frase de un filósofo suizo llamado Jean Jacques Rousseau que dijo que “siempre es más valioso tener el respeto que la admiración de las personas”.
– Y ¿por qué? ¿en qué se diferencia uno del otro?
– Muy fácil, hijo. Hay personas a las que se las admira por su habilidad para desarrollar alguna actividad del tipo que sea: profesional, deportiva, etc. Y, sin embargo, no merecen el más mínimo respeto.
– No entiendo, abuelo.
– Escucha: ser admirado quiere decir que los demás reconocen tus méritos porque en el fondo se declaran incapaces de hacer lo que tú haces o porque pocos lograrían algo similar. Se valora la actividad no a la persona.
Ser respetado quiere decir que los demás te admiran pero al mismo tiempo te valoran como ser humano pues reconocen que eres bondadoso, cabal, digno, consecuente y de firmes convicciones; lo que no te impide al mismo tiempo respetar las de los demás por muy distintas que sean a las tuyas.
Un filósofo francés, llamado Voltaire, dijo más o menos respecto a esto: “no estoy de acuerdo con tus ideas pero daría la vida por tu derecho a defenderlas.” Porque la persona, hijo, no es un ente abstracto, tiene sentimientos, ideas, creencias… Y hay que respetarlas aunque no nos gusten o nos parezcan necias.
– Es decir, ¿hay que tener respeto por las prácticas religiosas o políticas, de los demás? – preguntó el niño.
– Claro, hijo. Esa es la base de la convivencia.
– ¿Aunque no estemos de acuerdo con esas ideas?
– Así es. Aunque nos parezcan absurdas.
El niño se quedó pensativo un momento y añadió:
– ¿Quiénes son, abuelo, las personas y las ideas dignas de respeto?
El abuelo sonrió y dijo: “la gente sencilla que no busca ni se afana en acumular riqueza y valora más la sonrisa de un niño como tú que la cuenta corriente que tiene en el banco. Ese tipo de personas son normalmente dignas de respeto. Y en cuanto a las ideas, pues las que persiguen el bienestar común y no el enriquecimiento personal”.
El niño se levantó de la silla, besó al abuelo y le dijo: “yo te admiro y respeto, abuelo, y además te quiero”.