VEN, TENGO QUE HABLARTE

VEN, TENGO QUE HABLARTE
Había ido a la tienda como cada mañana a proveerse de lo necesario para preparar de comer a los suyos. A su lado había dos mujeres que hablaban en voz baja pero no lo suficiente como para que sus oídos percibieran de forma nítida y clara los sonidos que conformaban el nombre de la persona que, siendo niños casi, tanto la había amado. Casi le dio miedo repetirlo mentalmente. Eran demasiados años los que había estado prohibido pronunciar su nombre en su casa. Su padre le había avisado: “que sea la última vez que me hablas de él”.
Comentaban que había vuelto hacía unas horas y que estaba igual que cuando se marchó apresuradamente. Ella sabía que fue por miedo a las amenazas de su padre por lo que salió huyendo. No deseaba que cortejara a su hija: “era poca cosa, ella merecía más”.
Ahora sí se atrevió por fin a pronunciar su nombre una y otra vez. Al mismo tiempo que sus labios recitaban, como si de una oración se tratara, su nombre, sintió que algo se removía dentro de sí. Algo que conocía perfectamente y que llevaba aletargado muchos años pero que ahora revivía con la fuerza y el vigor de entonces. Y sintió que la sonrisa que afloraba en su rostro era producto de un sentimiento de alegría, casi felicidad, que de nuevo anidaba en su alma. El calor que experimentaba en sus entrañas no era otra cosa que el fuego de antaño reavivado por la ráfaga de su imprevista llegada. Hacía tantos años que se había ido que ya no le quedaba apenas resquicio a la esperanza de volver a verlo.
Regresó a casa y estuvo todo el día nerviosa y tensa, con un solo pensamiento, encontrarse de nuevo con él, y una sola imagen, la de la figura del niño que antaño la amó con locura.
Estaba mirando por la ventana que daba a la calle y lo vio pasar. Él dirigió su mirada hacia el interior de la casa y, aunque no podía verla, a ella le pareció que le hablaba. Tenía que decidir en un instante qué hacer: salir en su busca o dejarlo pasar, seguramente ya para siempre. Y fueron muy pocos segundos los que tardó en decidir que merecía la pena intentar rescatar parte del pasado. Sin preguntarse si estaba o no presentable a sus ojos, salió corriendo a la calle y casi gritó su nombre. Él, al oírlo, volvió la vista atrás y se encontró con su mirada que casi no reconoció. Se acercó a ella y esta lo tomó de las manos y lo introdujo dentro de casa. “Ven, tengo que hablarte”. Y, lo que debía haber sucedido tanto tiempo antes, ocurrió muchos años después pero con la misma intensidad y el mismo amor de entonces.