ABRÁZAME FUERTE

ABRAZAME FUERTE
Otra noche de sábado más deambulaba por las calles buscando a alguien con quien poder compartir soledad y hastío.
Entró en el bar y se encontró con una aglomeración de gente tan grande que no le permitía acercarse a la barra y pedir una consumición. Comprobó en seguida que nadie le prestaba atención. Todo el mundo estaba pendiente de su vaso y de sus pensamientos. Todos tenían algo en común: la sensación de que les acompañaba su amiga: la soledad.
Con las manos dentro de la cazadora, la rubia de ojos claros mira a un lado y a otro intentando encontrar un resquicio donde poder colocarse y así poder pedir una cerveza. En el rincón que la barra en forma de ele delimita se encuentra un hombre que podría ser su padre. Tiene un aspecto agradable y parece fuera de sitio. Fue el único que se percató de su presencia. La miró como si no quisiera molestarla, sin que pareciera que en su mirada había lascivia o algo parecido. Como ella no se decidía a enfrentarse a aquella masa humana que prohibía toda entrada o acercamiento a la barra, él la sonrió y le indicó con delicadeza, toda la que pudo expresar a expensas de que no pareciera lo que no era verdad, que a su lado había un hueco en el que podía estar y sentirse segura.
A ella le pareció la mejor manera de finalizar aquella noche antes de irse a dormir. Así que se colocó a su lado y después de decirle “hola” y de pedir una cerveza, le miró con una media sonrisa sin saber bien a qué respondía y sin querer que pareciera lo que no era.
Él no le dijo nada mientras ella bebía un primer sorbo y depositaba el vaso sobre la barra del bar. Parecía que ambos no tenían muy claro qué es lo que debían hacer ni decir. El tiempo pasó sin que ninguno se decidiera a entablar un diálogo aunque fuera insulso. Parecía como si ya se lo hubieran dicho todo con la mirada.
Al cabo de un rato de beber sin hablar, cuando ambos habían consumido sus cervezas, él le dijo:
– ¿Quieres que te invite a otra cerveza?
A lo que ella después de mirarlo detenidamente a la cara y después de comprobar que la sonrisa de aquel hombre que podría ser su padre era noble y franca, le dijo que sí con una sonrisa que a él le ablandó las entrañas.
No intercambiaron muchas palabras más mientras terminaban la segunda cerveza. Pero, al acabarla, él le dijo que si quería acompañarlo a casa.
– ¿Es que quieres que me acueste contigo? – le preguntó sin malicia alguna.
– No – le respondió -. Es que quiero dormirme sintiendo el calor de tu abrazo.