SI HURGAS EN LA HERIDA…

ESCENA PLAYERA (fuera de temporada)
SI HURGAS EN LA HERIDA…
La mañana era excesivamente calurosa para el mes en que estamos. Pero, si sopla el viento del sur, suben las temperaturas hasta cotas inimaginables incluso en verano.
El que esto escribe ha dado un paseo suficientemente largo en el tiempo y en la distancia como para sentir el calor en el cuerpo y por tanto la necesidad de darse un baño ciertamente muy placentero. Cuando salgo del agua, me encuentro al lado de mi toalla (¿por qué me pasan a mí estas cosas?) a una joven vestida de calle, pantalón vaquero y blusa blanca, con los zapatos en la mano (bueno, botas de esas que se han puesto de moda llevar incluso en verano) y que seguramente se ha sentido impulsada a entrar a la playa al ver a tanta gente en época no propicia para tal hecho, que me pregunta:
– ¿qué tal está el agua? ¿Estará fría?
– Pues sí, respondo yo; está algo más que fría pero agradable.
– ¿Y no tiene miedo a coger un catarro?
Aunque uno ya es mayor, no le gusta ser tratado de usted, y menos si le vaticina alguna enfermedad, así que un poco serio le respondo:
– Tú no eres de aquí, ¿verdad?
– No. ¿Por qué?
– Pues porque si fueras cántabra, sabrías que la mejor vacuna contra el catarro y la gripe es bañarse en el mar con el agua fría. Yo ni me acuerdo del tiempo que hace que no me cojo un catarro (dije en plan un tanto chulo; ¡vamos, como si fuera madrileño!). Y ¿sabes por qué? Ella no me respondió, esperaba a que yo continuara, supongo, así que añadí: ¡pues porque me baño hasta que llega el invierno crudo y ya no me permite hacerlo!
– Pues ¡qué bien! ¿no?
– Pues sí, la verdad, es una suerte vivir en un lugar como este.
– ¿Entonces no se vacuna contra la gripe como hace la gente mayor?
¡Vaya, vaya!, pensé; esta tiene ganas de joder o es que es así desde nacimiento.
– Pues ya te he dicho que no me hace falta. Para empezar no soy tan viejo como para tener que vacunarme cada año.
– Perdone, que no he querido molestarle, lo siento.
Yo, cuando alguien me pide disculpas, es que me ablando; así que no me quedó más remedio que decirle:
– No te preocupes, que no me has molestado.
Estuvimos unos segundos en silencio, los que aproveché para secarme el agua y despojarme del bañador (tapado con la toalla, claro está). Pero enseguida ella volvió a preguntarme:
– ¿Y no tiene miedo de que le roben mientras está en el agua? ¡Porque he visto que deja las cosas aquí sin que nadie se las cuide!
– Mira: esto no es Benidorm, donde parece ser que roban mucho, según he leído hoy en la prensa. Esto es Santander, ¡aquí no roba nadie! Yo llevo bajando a la playa veintiún años y jamás me han tocado la toalla siquiera.
El tono que utilicé debió de ser un tanto duro y seco porque ella pareció asustada y solo se atrevió a decir de nuevo:
– Perdone si le he molestado, no era esa mi intención.
Y se dio media vuelta, supongo que maldiciendo el instante en que se había puesto a hablar con aquel señor, o sea, yo.
Cuando se hubo ido, me dije: “has estado un poco grosero con la joven”, pero es que hay días en que, si te hurgan un poco, te sacan todo el malhumor que llevas dentro.