NOCHEBUENA CON “SU FAMILIA”
(Dedicado a mi amigo Carlos Civieta y a todos aquellos que hicieron que en algún momento de mi vida me sintiera como un miembro más de sus familias.)
Era 24 de diciembre de 1.974. Aquella Nochebuena estaba resignado a pasarla en soledad. Por primera vez en los veintidós años de vida no iba a tener con quien compartir bocado, alegría y vino. Era cierto que sentía siempre, desde hacía mucho tiempo, cada vez que llegaban estas fechas, que era un intruso en el seno de otras familias. Pero era agradable saber que compartía con ellos la alegría de la festividad porque así lo habían deseado los anfitriones. Era, por así decirlo, un invitado “querido”.
Esta vez las cosas eran un poco distintas. Los compañeros de facultad con los que compartía piso se habían marchado a sus casas a pasar las Navidades con sus familias. Era el único inquilino del inmueble y la casa parecía mayor de lo que realmente era. Llevaba ya unos días desayunando, comiendo y cenando solo. Era una especie de entrenamiento para poder soportar la gran prueba. Y estaba decidido a aguantar la soledad con la entereza y la fuerza que da aceptar la realidad, aunque sea dura: eres tú solo y no tienes familia.
Probablemente echaría de menos el no tener con quien hablar, con quien reír, con quien brindar, a quien abrazar…
Pero había decidido ser fuerte, no sufrir por ello. No iba a ser el único ser sobre la tierra que cenara solo en esa noche. Son muchas las personas que experimentan esa sensación de abandono y silencio.
No tenía mucho dinero así que no eran muchas las viandas preparadas para la cena. Había decidido obviar el día que era y cenar como si se tratara de un jueves o martes o sábado de cualquier semana de cualquier mes.
Miraba por la ventana y comprobaba que la luz mortecina de la tarde estaba dando paso a la oscuridad tenebrosa de la noche, la cual aumentaba al unísono con la intensidad de la luz de las farolas que iluminaban la calle.
La lectura de aquel libro no mitigaba la sensación de abandono y desamparo. Cada minuto que pasaba sentía más el peso de la soledad… Tragar saliva era cada vez tarea más difícil: sentía un gran nudo en la garganta… Tenía miedo a no saber soportar la ausencia de otros seres humanos… La congoja iba poco a poco haciendo mella en el ánimo…
Pero de pronto, sonó el timbre de la puerta. ¿Quién podía ser? No esperaba a nadie…
Era él, Carlos, un amigo y compañero de clase.
– ¡Hola!
– ¡Hombre, Carlos! ¿Cómo por aquí?
– Prepárate que nos vamos. Te vienes a cenar a mi casa. Mis padres están encantados con recibirte. Somos muchos y lo vamos a pasar muy bien.
– Pero…
– No hay peros que valgan. ¡Venga, que nos vamos!
Fue una Nochebuena que no olvidaré nunca. En aquella casa vi que imperaba la felicidad y la alegría, la bondad y el respeto.
¡Gracias, amigo, por tanta generosidad!
Gracias Jose, no me esperaba esto. Después de tantos años y a la edad que tengo me emociono con más facilidad. Me has emocionado. Un abrazo.
Dice el refrán que es de bien nacidos ser agradecidos. No sé si entonces te agradecí la invitación como debería. No queería dejar pasar otra Navidad más sin darte las gracias. Por cierto, nos vemos la semana del 21 al 27. Te llevo la novela. Un abrazo