CUENTO DE NAVIDAD

CUENTO DE NAVIDAD

(Dedicado a mi amigo Julio, buen actor y mejor persona)

Aquella mañana se levantó muy nervioso, apenas si había podido dormir un par de horas. Por fin le habían concedido el premio que ponía el broche de oro a su carrera de actor. Esta noche recibiría de manos del Director de la Academia de las Artes y de las Ciencias Cinematográficas el “Goya de Honor”, en reconocimiento a toda una vida dedicada al mundo del espectáculo.
Deambulaba por la casa en pijama, sin decidirse a afeitarse ni a ducharse, sin saber qué traje elegir para la ocasión, si llevar corbata o pajarita, sin escuchar a su mujer que le metía prisa…
Llevaba más que aprendido el discurso de agradecimiento por la cantidad de veces que lo había recitado frente al espejo del cuarto de baño, pero, aun así y todo, tenía miedo de atrancarse, azorarse u olvidarse de alguien. Con la cantidad de papeles que había representado a lo largo de su carrera, este que le tocaba vivir ahora le estaba resultando el más difícil. Subir al escenario, ponerse ante el micrófono, con todos los compañeros de la profesión pendientes de sus palabras… ¡sabía que iba a ponerse nervioso! Y lo que es peor, temía emocionarse y que no fuera capaz de articular palabra.
Se acordaba de Pepe, su amigo del alma, que tantas y tantas veces con la sonrisa en los labios, le decía: “el día en que te den el “Goya” me gustaría estar allí presente. Espero que me invites”. Él le había prometido invitarlo al evento, pero no iba a poder cumplir su deseo.
Había llamado a la esposa del amigo para contarle la buena nueva. Sabía que llevaba más de un año en una residencia afectado por la enfermedad de Alzheimer. Pero, aunque ya no reconocía a nadie, quería que se lo comunicara. Su esposa le había prometido decírselo y ponerlo frente al televisor para que viera cómo le daban el premio. Sabía que, pese a su inconsciencia, se alegraría.
Llegó el tan deseado y al mismo tiempo temido momento de tener que subir al escenario para recibir el premio. Su mente no procesaba ninguno de los signos lingüístico que captaban sus oídos. Sabía que hablaban de él, que ensalzaban su figura de actor, que resaltaban sus logros… Solo en el momento en que escuchó los sonidos que formaban su nombre, “Julio Alonso”, fue cuando recuperó la consciencia y regresó al teatro del que se había ausentado por un instante. Besó a su esposa así como a sus hijas y, arropado por los aplausos unánimes de todos los presentes fue bajando las escaleras hasta llegar al escenario. No cabía en sí de gozo: estaba exultante, radiante. Era sin duda uno de los días más felices de su vida.
Subió ahora los tres escalones de acceso al estrado y, después de abrazarse con el director de la Academia, este le entregó El Goya de Honor.
Saludó a los presentes con la estatua en la mano, mientras seguían aplaudiéndole. Cuando recuperó un poco la serenidad que necesitaba para continuar el acto, se colocó frente al atril, después de depositar la estatua sobre él y, aunque lo tenía aprendido, sacó el papel en el que llevaba escrito el texto de agradecimiento.
No quería olvidarse de nadie: comenzó por sus padres ya fallecidos, a los que les hubiera encantado vivir el momento, sobre todo de su madre, de quien heredó el gusto por la farándula; continuó con su familia, su esposa, sus hijas y nietos, que tanto le habían apoyado y a los que tanto había castigado con sus ausencias. A sus compañeros, con los que había participado en tantos y tantos repartos, les agradeció la paciencia y consideración con la que le habían tratado; y a los directores por haberle elegido para dar vida a tantos personajes, sin los cuales hoy no estaría allí.
Hizo una breve pausa y continuó. Ahora, si me lo permitís, voy a dedicar este premio a un amigo entrañable que no ha podido asistir al acto. Fue el primer director que me colocó sobre las tablas de un escenario, cuando aún éramos adolescentes. Siempre me decía que algún día recibiría El Goya y que ese día él estaría a mi lado. No es así porque se encuentra en una residencia para enfermos de Alzheimer. Sé que me estará viendo, así que: ¡Va por ti, amigo!
Con la mirada fija frente al televisor, Pepe parecía escuchar las palabras de su amigo. Su esposa le observaba y le parecía advertir algún signo de que era consciente de lo que estaba presenciando. Cuando este acabó de hablar, la esposa de Pepe volvió a mirarlo y pudo comprobar con una gran alegría que su marido estaba llorando.