QUIZÁ NO ERA 23 DE ABRIL

QUIZÁ NO ERA 23 DE ABRIL…

Había cumplido cuatro años y tenía pues que comenzar a ir a la escuela. Esa mañana me costó levantarme y mi madre me acompañó hasta la misma puerta. Apareció el maestro y me entregó a él en persona, (debía de tener miedo de que me perdiera o que no quisiera entrar en clase…) a sabiendas de que iba a llorar en cuanto ella se diera la vuelta. Pero no fue así, porque el hecho de verme de la mano del maestro insufló una tranquilidad en mi ánimo tan grande, que creo que fue lo que hizo que se grabara en mí un irreductible interés por aprender. Me introdujo en la escuela de la mano y me colocó en un banco corrido, situado en la primera fila, delante de los pupitres que utilizaban los niños mayores, en la que nos sentábamos los más pequeños. No necesitábamos pupitre pues no sabíamos leer ni escribir.
Volví a casa con el mandado del maestro de que me tenían que comprar una cartilla con la que aprender a leer. Mi madre me la compró y, al abrirla, tuve una sensación extraña, yo diría que hasta me emocioné al ver la primera página en la que venían las vocales acompañadas de un dibujo relacionada con ellas: la “E” de erizo, la “I” de iglesia, la “U” de uvas, la “O” de ojo, la “A” de árbol.
Poco a poco, yo diría que con gran rapidez, logré unir las vocales con las consonantes y formé mis primeras sílabas: la “m” con la “a”, ma… Y ya un día empecé a unir sílabas hasta formar palabras y recité en voz alta todo contento: “mi mamá me mima”, “mi mamá me ama, yo quiero a mi mamá”… La verdad es que a mí aquello de “mi mamá” me resultaba de un cursi extremecedor. Yo jamás llamé “mamá” a mi madre, y no recuerdo haberle oído a nadie de mi pueblo hacerlo. Pero así eran las cosas.
Supe de la existencia de la radio porque alguna vez, al pasar por la puerta de una casa, oía música. Me detenía a escuchar y aprendía unas palabras de alguna canción que luego cantaba mi vecina y yo escuchaba a través de la tapia del corral. Y yo la aprendía por si acaso necesitaba en alguna ocasión demostrar que estaba al tanto de los éxitos del momento. Y es que mi única fuente de información musical era la del grupo “Los Barato”, vecinos del pueblo, formado por un padre y dos hijos en el mejor de los casos o simplemente el padre y el hijo pequeño porque el mayor estaba haciendo el servicio militar. Así me enteré de que existían canciones como “Yo tenía una ovejita lucera”; la “Pachanga”; el “Porompompero” y alguna otra que ya he olvidado.
Un día tu madre va a la ciudad y a la vuelta trae un periódico llamado “El Caso”. Y es que a mi abuela le encantaba enterarse de los crímenes, robos y asesinatos que se producían en la España de entonces. Luego, en las tardes de invierno, nos reunía a mi hermana y a mí alrededor de la lumbre y nos los contaba como si los hubiera presenciado ella. Yo creo que tenía cierta inclinación al tremendismo. Pero era una gran contadora de historias. Y a mí me encantaba escucharla a pesar de que en más de una ocasión me acosté con el miedo en el cuerpo por lo que me costó dormirme.
Otro día ves a tu padre (que también ha ido a la ciudad) leer, mientras come, el diario “Marca”. Y te dices que ya son dos los periódicos que conoces aunque todavía no despiertan ningún interés en ti.
Pero una mañana, cuando ya sabes leer bastante bien, el maestro te entrega un libro. Lo miras por delante y por detrás, lo tocas y compruebas que no es muy grueso. La portada lleva dibujado a un señor mayor con bigote y barba, muy delgado, con una lanza en la mano y un casco con una visera levantada sobre la frente, a punto de caer de un caballo, y por encima de su figura aparecen unas aspas de un molino enorme y el caballo, que se mantiene en el aire, está a punto de rodar por los suelos. Al lado, en pequeñito, aparece un señor gordo y bajito que lleva del ramal a un burro.
Lo abres por la primera página y comienzas a leer tras el requerimiento del maestro que ha mandado callar a tus compañeros. Y te sientes importante pues por primera vez eres el protagonista del primer acto público de tu vida. Con voz débil, por la timidez, lees: “En un lugar de la Mancha…” (y te preguntas dónde estará la Mancha) “de cuyo nombre …” y así hasta que finaliza la aventura de don Quijote y los molinos de viento.
Estás un poco fatigado porque el esfuerzo de leer en voz alta y por primera vez es grande. Hay que prestar atención para no pasarse de renglón y los ojos se cansan… Pero vuelves a casa muy contento y le cuentas a tu abuela que has leído en la escuela, que el maestro te ha mandado a ti y no a otro, y que has conocido a Don Quijote, que es un señor que asusta al verlo dibujado en el libro, pero que luego, cuando lees las aventuras que vive, te das cuenta de que es un poco tonto porque le pasa cada cosa…
Y tu abuela te dice que es un libro muy importante que escribió Miguel de Cervantes que es nuestro mejor escritor. Y que debes leer y estudiar mucho para salir de este mísero pueblo en el que vivimos. Y así lograrás una buena posición social y hasta es posible que algún día tú también escribas un libro y entonces recordarás este momento con gran cariño y como uno de los más importantes de tu vida.
Y tú te dices: ¡qué cosas tiene mi abuela! Coges la merienda y te vas a la calle a jugar, que te están esperando los amigos.

(A mi abuela Alejandra, que me enseñó a contar historias y a respetar a los demás por muy diferentes que fueran.)